Lo que siento por ti. Por Ricardo Kearne
La opinión del hincha |
El domingo, cuando los fantasmas del recuerdo y la nostalgia vuelvan a sobrevolar el cielo de nuestra Bombonera, nos encontraremos tú y yo en el lugar donde todo comenzó para nunca terminar.
Tú, en el glorioso templo del fútbol donde siempre te ví brillar. Yo, alentándote a la distancia, como aquél no tan lejano 1997, cuando llegaste para convertir murmullos en goles y críticas en campeonatos. Quizás la vida se cruce en un sinfín de imágenes por tu retina en esos 90 minutos. No te sientas sólo, porque a mí también me va a pasar lo mismo. Y a hasta en esos 10 segundos que te llevan al final de tu carrera, estaré contigo, alentándote y agradeciéndote por todo lo que le diste a un pueblo de alma auriazul que jamás te olvidará.
Cómo olvidar que mi primera camiseta llevaba tu nombre; que el día que te lesionaste los ligamentos contra Colón yo, un niño gordito de 10 años, lloré desconsoladamente de sólo saberte 6 meses afuera de la cancha; que cuando volviste no fue para figurar sino para armar una fiesta contra el rival al que más te gustó hacerle goles; que una mañana de calor y frío le hicimos juntos 2 goles al Real Madrid (tú en la cancha y yo desde la escuela, walkman en mano y dientes apretados); que volviste para darnos una Libertadores más y cientos de domingos felices, para llevarnos a un Mundial y en él hacernos llorar de alegría; como antes, como siempre.
Puede que te vayas hoy, diciéndonos “hasta pronto”. Puede que no volvamos a gritar juntos un domingo por la tarde. Pero nunca te vas a ir de Boca, y menos de mi corazón. Tu nombre es y seguirá siendo sinónimo de alegría y de gloria, de lágrimas de felicidad, de campeonatos y de vueltas olímpicas, de esas que a pesar de ser muchísimas, jamás te mareaste.
Como siempre ha sido, como siempre será, ni tu detractor más encarnizado puede hacer que yo deje de lado ni por un momento lo que siento ti. Y lo que siento por ti es un agradecimiento total y una idolatría que no podrá opacarse por nada del mundo.
Gracias, Martín, por cumplir nuestros sueños, por lograr que cada gol tuyo, no sea solamente tuyo, sino de todos, por hacer que nos veamos reflejados en ti, por conseguir lo que para otros es imposible. Gracias por todo.
Te digo hasta pronto, Titán. Siempre guardaré en mi corazón cada uno de los regalos que me diste. Estás destinado a convertirte en leyenda. Y tu nombre quedará grabado por siempre en lo más alto del cielo de nuestra Bombonera, esa misma que hoy rugirá tu nombre por todo lo alto, para después amarte profundamente desde el silencio y la nostalgia.
Estaremos allí, tú y yo. En el lugar donde todo empezó. Para nunca terminar…
Por Ricardo Kearne
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