En la última semana se encontró en la opinión pública en general una serie de cuestionamientos a la conducción de la AFA que, aunque a muchos no nos tomó de sorpresa porque hace años que venimos poniéndolo de manifiesto, llamó la atención por la magnitud del reclamo. Alimentado por hechos como el descenso de River, la pronta eliminación de la Copa América sumando una nueva frustración de nuestra Selección Nacional, el anuncio de un disparatado torneo de 38 equipos unificando Primera A y el Nacional B a partir de agosto del 2012 fue la gota que rebasó el vaso.
Ese disconformismo fue capitalizado por algunos grupos multimedios que encontraron una forma de cuestionar al Gobierno en algún caso o aprovechar la oportunidad para concretar sus apetencias personales respecto de la conducción de la AFA por otro. Tanto unos como otros ponen de manifiesto la mezquindad del tratamiento. Priman más los intereses personales, económicos y de poder, que el bienestar del fútbol argentino en su conjunto y de los clubes como asociaciones civiles sin fines de lucro en particular. Nada es casual.
Muchos de los que aparecen ahora cuestionando la conducción de la AFA son los mismos que hasta no hace mucho tiempo se llenaban la boca hablando maravillas de la organización del fútbol argentino, cuando pocos levantábamos la voz contra la falta de una democracia real en la AFA, resultado de la terrible dependencia económica a la que han llegado la mayoría de los clubes; o contra la falta de controles por parte de AFA a los clubes, para que las instituciones continuaran necesitando el rescate financiero de la entidad que los agrupa, perpetuando ese perverso círculo vicioso; o contra la falta de apoyo a clubes y ligas del Interior, cuando ahora se habla de federalizar el fútbol.
En ese momento eran todos socios. En ese momento, Julio Grondona era un poco más que el Papa. Era religioso el “Todo pasa”; hoy parece urgente instalar el “Todo cambia”. Pero ¿qué es lo que quieren cambiar y para qué?
La normalización de la AFA no puede venir nunca de la mano de un proyecto como el presentado por Daniel Vila y compañía. Ya soportamos esta arremetida en la década del ’90 cuando, detrás de un proyecto de ley fomentado por Raúl Granillo Ocampo y apoyado por Mauricio Macri, Fernando Miele y Fernando Marín entre otros, se escondía la privatización de clubes de casi cien años de una vida dedicada al bien social por encima del dividendo. Eran los mismos grupos económicos que habían clavado sus colmillos en todas las empresas públicas y que pensaban que con los clubes podían hacer lo mismo. Ahí también los socios, hinchas y algunos dirigentes les dijimos no; con los clubes no se juega.
Siempre sostuvimos junto a muchos dirigentes que los clubes son de los socios y la AFA debe ser de los clubes. Pero sin condicionamiento alguno; en total libertad. Si los clubes fueron uno de los pocos bastiones democráticos durante la dictadura, ¿cómo podemos tener en estos tiempos una democracia formal en AFA?
Sin necesidad de una intervención estatal, la AFA debe ser controlada y auditada, como ésta debe hacer con cada uno de los clubes afiliados. Le daría mucha mayor transparencia al manejo económico y financiero, especialmente en tiempos en que el principal ingreso es el proveniente de fondos públicos por televisación de los partidos en el marco de Fútbol para Todos.
No hace falta crear organismos burocráticos: todo el trabajo de análisis y control de presupuestos y balances podría dejarse perfectamente en manos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y de cada una de las universidades públicas donde haya instituciones afiliadas a la AFA. Una vez obtenidos los resultados de estas auditorías, deberán tomarse las medidas correspondientes, que podrían llegar a la pérdida de categoría para aquellos clubes que no presentaran la información o incumplieran con el presupuesto presentado –o la remoción de las autoridades en el caso de AFA– sin dejar de lado las acciones legales correspondientes que se pudieran iniciar en caso de falta de transparencia.
Nada impide que quienes se lo propongan formen nuevos clubes bajo el manto de una sociedad anónima y cumplan con cada uno de los pasos necesarios hasta llegar a la categoría superior. Es una inversión económica como cualquier otra. Lo que no puede permitirse es que detrás de una fachada democratizadora escondan la verdadera intención de quedarse con entidades centenarias. Para esto es fundamental que todos los socios e hinchas no nos dejemos engañar, que pensemos bien a quiénes elegimos para conducir nuestro club y nos represente ante la AFA. Debemos hacernos cargo si elegimos a un mero levantamanos obediente y obsecuente con las autoridades de la entidad madre. Después, por más marchas que hagamos, va a ser tarde.
Otra AFA es posible. Depende de que cada uno de los socios les exija a sus dirigentes lo que quiere y que éstos a su vez respeten el mandato que se les entrega.
Porque todo llega. Un poco más tarde que temprano, pero todo llega.
Por Claudio Giardino
Titular de la Asociación Todos por el Deporte; secretario de la Agrupación La Bombonera (CABJ).
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