De la nostalgia al desapego. Por Hugo Reyna
La dictadura de las empresas |
Todos los seres humanos del planeta nos hemos agrupados en clanes, etnias, razas, lugares, regiones, países, etc., en donde depositamos nuestros afectos y nuestro sentimiento de pertenencia.
Para identificarnos se crearon los emblemas y distintivos, como las banderas, los escudos, escarapelas y uniformes, etc., a los cuales, para honrarlos se les otorgó una jerarquía casi de emblemas sagrados. A nadie se le ocurriría pensar en la bandera de su país con el logo de un sponsor contratado a los fines de pagar la deuda externa. Tampoco nos imaginamos al uniforme de Los Granaderos con el logo de la marca de la indumentaria y en la espalda un sponsor que nos ayuda a costear los armamentos.
Las distintas instituciones tienen también sus divisas o enseñas, como los clubes, los colegios, universidades, cofradías, etc. Hasta las empresas privadas tienen también sus distintivos que mantienen inalterables, mientras que invaden con sus logos los emblemas y los uniformes de las otras instituciones. Y en algunos casos, esa invasión resulta tan grosera que se podría considerar como un ultraje a los emblemas que otrora fueron inmaculados e intocables. Para utilizar una frase hecha y muy común, se podría decir que “la necesidad tiene cara de hereje”, pero no al grado de entregar la dignidad.
Pero hoy, esos dirigentes que nos enseñaron a honrar a nuestros emblemas con devoción monacal, que nos mostraron el orgullo de defender los colores de la divisa y el sacrilegio que significa el ultraje, son los que ahora minimizan y hasta ridiculizan esa veneración y fidelidad, porque son ellos mismos los que los ultrajan entregándolos por unos míseros dólares, que necesitan imperiosamente para cubrir sus desmanejos. Pero cuando hablamos de los dirigentes, debemos decir que no son sólo las CD de los clubes, porque la cosa viene desde muy arriba.
Recuerdo que en la secundaria el profe de Economía política nos explicaba aquel principio del “Estado rico pueblo pobre”, que significa que en un estado ordenado no debe haber “superávit”, que todo lo que el estado recauda debe ser devuelto en obras, prestaciones y calidad de vida para los habitantes (como en los países nórdicos). El balance de un estado debe ser “cero”, si falta guita es porque se ha gastado de más y si sobra (superávit), es porque se han cobrado impuestos de más, o no se han distribuido correctamente los recursos. Esto es precisamente lo que ocurre en el fútbol argentino, donde tenemos una AFA superpoderosa y millonaria, mientras que los clubes pelean como gatos para subsistir, al punto de mancillar sus colores y sus emblemas para conseguir unos pesos.
Algunos nostalgiosos afirman que todo tiempo pasado fue mejor y tal vez no sea tan así, pero los más jovencitos que sólo viven el presente porque no conocen de tiempos pasados y tampoco les interesa conocer, creen que la única verdad está en la realidad actual.
Cuando yo era pibe me gustaba juntar figuritas y llenar los álbumes. Una vez me faltaba una sola y era muy difícil, se trataba de José “Pepe” Nazionale (el 6 de Lanús), cuando la conseguí corrí a llevar el álbum al almacén de Don Sebastián para reclamar el premio. La pelota de fútbol me llegó unos días después, era de cuero color amarillo caqui, con cascos alargados y todavía puedo percibir el olor del cuero, que se me quedo grabado en la memoria olfativa.
Otra cosa me quedó grabado de aquellas figuritas, fueron las camisetas de unos colores hermosos e inmaculadas: La de Boca, azul y oro con la franja atravesada en el pecho; la de Lanús, una chomba toda granate completa, con el cuello blanco; la de Ferro igual, pero de un verde intenso, también con el cuello blanco, la de Huracán blanca entera con el cuello rojo, etc., y las de rayas verticales como Racing, Central, Estudiantes, también mantenían esa pulcritud y simetría en el diseño.
Luego comencé a ir a la cancha y allí estaban Lombardo, Pescia, Angelillo, luciendo esos colores, azul y oro, aún más impactantes que en las figuritas. Los rivales también me impresionaban con sus camisetas y ese respeto por el diseño y los colores originales, sin dibujos extraños, sin leyendas invasoras, lo cual hacía que fueran perfectamente identificables desde cualquier ángulo y distancia que se las mirara. En mi inocencia de pibe yo creía con ingenuidad que el orgullo por honrar esas divisas era algo así como vestir los uniformes de los Granaderos, o los Patricios, y me imaginaba que existían normas estrictas al respecto, una suerte de manual de protocolo.
Pasó el tiempo y al llegar los 80, comenzaron a tallar fuerte las empresas privadas. Por un lado las marcas de indumentaria deportiva consiguieron que no se use más la numeración del uno al once para que cada jugador tuviera su número y así poder venderle a los hinchas la camiseta de su ídolo, pero también por contrato exigen que el diseño de la camiseta se cambie todos los años, así pueden venderle más camisetas a los hinchas, que siempre quieren tener la última. Pero ya no se conformaron con cambiar la forma del cuello, o la tonalidad de los colores y como se les acababan las ideas para hacer algo nuevo respetando los cánones de la camiseta original, entonces comenzaron a inventar modelos raros, con rayas transversales, u oblicuas, con dibujos y manchas de otro color y formas rebuscadas, tanto que parecen papeles para envolver regalos. A esto hay que sumarles los sponsors que se adueñaron de las camisetas y estamparon sus marcas y logos de diversos colores, que casi siempre no tienen nada que ver con el de las camisetas.
Hay clubes que tienen seis o más sponsor distintos, además de la marca de la indumentaria, y entonces tienen dos en el frente, dos en la espalda y han vendido también las mangas y los hombros, ya no les queda ningún lugar donde colocar un aviso. Realmente parecen autos de TC, donde no se puede adivinar el color original, oculto debajo de una montaña de letras, logos y dibujos raros. Las empresas auspiciantes han llegado tan lejos que hasta han logrado que se infrinja una reglamentación, con la complicidad y la vista gorda de los árbitros. Como algunos clubes han colocado avisos en la base de la espalda que debería estar metida dentro del pantalón (digamos en el culo), entonces cuando los jugadores ya pasaron la revisión y están dentro del campo, deben sacarse la camiseta fuera del pantalón para que se vea el aviso, lo cual no está permitido, pero bueno, aquí mandan los sponsors.
En Boca hemos tenido claros ejemplos de esto. Tuvimos que padecer en dos oportunidades unas insólitas camisetas tricolor, tan raras como horribles y de mal gusto: La de las dos rayitas blancas y la que tenía los costados de un azul más oscuro. Pero si de camisetas feas hablamos, también debemos recordar a esa que tenía la franja amarilla tan ancha que hubiera sido mucho mejor hacerla directamente toda amarilla. Desde la llegada de “Vinos Maravilla”, allá por el 83, hemos quedado también rehenes de los anunciantes y ya no pudimos recuperar nuestra camiseta. Los dirigentes ya han incorporados esos recursos al presupuesto del club y dependen de eso (como de la TV), por lo tanto la vieja y gloriosa camiseta de Boca ya nunca volverá a lucir como antes.
Sólo nos queda la esperanza en que nuestros dirigentes tengan el decoro y la cordura de no permitir que se desvirtúe y se mancille nuestra divisa. Los más grandes clubes de Europa, que también han caído presos de las empresas, son muy sobrios y recatados al respecto y tratan de tener un sólo sponsor, cuyo logo no ocupa mucho lugar, ni tampoco que sea muy llamativo o payasesco. Resulta que hasta la Coca Cola, una de las empresas más poderosas del mundo cambió los colores para poner publicidad estática en la bombonera y nuestros dirigentes actuales no pudieron conseguir que LG cambie el color de ese horrible, absurdo y desagradable escarapelón rojo, que parece un disparo en el pecho. Una de dos, o estaban tan necesitados de dinero que no tuvieron una posición de fuerza para negociar, o directamente no les importó nada e hicieron oídos sordos a los reclamos, porque piensan que los que todavía creemos en los colores somos unos viejos ridículos y decrépitos que no estamos a la altura de las circunstancias. o unos jóvenes insensatos e impetuosos que no saben lo que piden. Decía Jairo, el trovador cordobés, en una de sus canciones: "Es la nostalgia un valsecito gris, un vano intento de volver a vivir ...".
Perdónenme la nostalgia, quienes no acostumbran a convocar los recuerdos. Permítanme la nostalgia quiénes descubrieron su valor y se amigaron con ella. Entiéndanme la nostalgia quienes saben que el hombre sin historia, será un hombre sin futuro.
Por Hugo Reyna
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