"Otro cuento de hadas"
Por Kurkurrucho |
¿Qué hace ídolo a una persona?
¿Por qué la gloria elige solo a algunos?
¿Por qué con la misma intensidad con que son amados incondicionalmente por la inmensa mayoría, otros pocos los desprecian sin ningún reconocimiento?
¿Será el ídolo responsable de tales diferencias o será la patología del desquicio de la raza humana, que les birla a algunos especímenes la capacidad de apreciación de la belleza dejándoles solo la miseria de la envidia y el resentimiento?
No parece ser responsabilidad del ídolo, ni el amor ni el odio.
Esa carga está en nosotros.
Apenas en su haber habrá que anotarle el genio, el toque que lo ha hecho, entre tantos, distinto, diferente, único y tal vez irrepetible.
Hace hoy 16 años, Bilardo hacía debutar en la primera de Boca a un pibe morochito, flaco y humilde que su hermano le había recomendado después de verlo en los partidos de inferiores de Argentinos Juniors.
Debutaba esa tarde como cientos de pibes tan iguales y tan diferentes que un día cumplen el sueño y al siguiente, después de la medianoche, como en los cuentos, los botines se les transforman en zapatos de seguridad, la pelota se cambia en una herramienta, y la cancha ahora es una fábrica del conurbano.
Este pibe no.
A este pibe se le había aparecido un hada, y lo había tocado con la varita.
Aunque él no lo supiera, aunque no se hubiera dado cuenta.
Quizás el hada había tomado la forma de hermano de Bilardo. Pobre hada!!
O quizás, el hada haya sido Madonni, que lo fichó en Parque.
O aquél humilde delegado del campito en la villa que le repetía al Cacho “llévalo a un club, llévalo a un club”.
Como sea, a la medianoche de aquel 10 del 10 nada sucedió. El hada mágica y bostera no rompió el encanto y mantuvo el hechizo.
Los botines siguieron siendo botines, aunque más brillosos.
La pelota, esa que llaman la caprichosa y que dicen no se mancha… estuvo más dócil y limpia que nunca.
Muchos recuerdan ese día y el deambular de la pelota en los pies de “aquel morocho flaquito, que la conquisto con mimos”, plagiando a Jaime Ros
Otros recuerdan el rumoroso “Riqueeelme, Riqueeelme” de todos los hinchas, que debutó esa misma tarde y que, con el pibe ausente, todavía sigue jugando en la Bombonera.
Sus rivales más encarnizados, que nunca fueron sus colegas, recuerdan su primer toque diferente ante la insípida y previsible pregunta con respuesta incluida al final de ese 10 de noviembre.
-“¿Es emocionante jugar por primera vez en esta cancha?
-“No es la primera” -se plantó tomando definitiva e irreconciliable distancia con cierto tipo de periodismo – “Ya jugué en la reserva”
“Dijo y me conquistó” confiesa Patricio Rey o el Indio Solari, otro que no sabe cómo, pero ahí anda, en los altares del pueblo.
Ese morocho flaquito, desde ese día no paró de jugar.
En su casa y en el mundo. Jugó y jugó.
Se fue y volvió. Pasó muchas.
Se peleó menos de lo que lo pelearon.
En el medio de tanto juego, ganó algunos reconocimientos.
Nada comparable, confesó, con el amor de su gente expuesto como escultura una mañana fría de junio, cuando las lágrimas expusieron al mismo flaquito tímido de 15 años atrás.
Tal vez por eso lo pelearon tanto.
Porque no hubo trofeo o título o contrato que llevara su alma lejos del barrio, de sus colores, de sus amigos, del pueblo de donde salió y permanece, comiendo asados y jugando picados, mientras en un costado un hada vestida de azul y oro, un poco más vieja y con la varita algo gastada, sonríe viendo el milagro de la felicidad.
Por Kurkurrucho
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