Señores, yo he visto a Riquelme
Por Elfan Taxista |
Señores, yo he visto a Riquelme
Nadie, nunca, va a quitarme cada instante que pude disfrutar de Román desde aquel lejano 1996. Tuve el placer de verlo jugar junto al "Payito" Aimar, otro gran crack (Advierto: "Payito" porque es hijo del "Payo" y en todo Río Cuarto lo conocen por ese apodo. Cualquier otro apodo es hijo de la necesidad de los tilingos cama-calientes de inventar algo para vender).
Verlo con poco más de 18 años acariciar la bola, esconderla, mostrarla, cuidarla; darle el toque justo al lugar donde ni siquiera Nostradamus hubiera predicho que la iba a colocar. Darle el efecto querido aún a despecho del rival de turno y colocarla donde es vano, donde es imposible, donde los duendes no duermen, donde las arañas mansamente tejen la horfandad de espacios nunca visitados. Allí iba la bola. Allí sigue yendo la bola, si la impulsa el pie de Román.
Señores, yo he visto a Riquelme.
No sé si un día tendré nietos, para contarles. Sólo sé que he visto a Riquelme. Y lo he visto con las dos camisetas que más me gustan: La azul y blanca y la azul y oro ¿qué más puedo pedirle al genio de la lámpara?
A Maradona, único, genial, imposible de comparar, lo he visto hacer cosas extraordinarias, pero con camisetas diversas. También lo he visto hacer cosas miserables sin la camiseta. De las últimas, trato de olvidarme para proteger el recuerdo de las primeras. Es "El Diego", aquel que me hizo llorar de emoción y también de dolor.
A Román, único, genial, imposible de comparar, lo he visto hacer cosas extraordinarias (hasta hace un par de domingos) con la camiseta de Boca. Y lo ví también, sin la camiseta, comportarse como un varón honorable, como un tipo que lleva el barrio en las venas. Un tipo incapaz de botonear a sus propios enemigos cuando "la cátedra" aconseja hacerlo; un tipo incapaz de la "delación para salvar el pellejo" (hay tantos que han delatado compañeros para salvar las nalgas y luego...).
Señores, he visto a alguien que no necesita un trono ni una corona, porque la humildad brilla en el barro y no se corroe ¿para qué el oro, si la humildad, si el honor, no se corrompen?
Lo he visto rodearse en una baldosa de gente ávida por el esférico, o por sus talones, y cuando el presagio era "pelota perdida", partir el pase para el compañero libre, para que se vaya solito y resuelva como pueda (aunque el compañero le negara el saludo o se pasara la semana intrigando en su contra).
Señores, yo he visto a Riquelme. ¿Quién me va a quitar lo bailado? O lo visto bailar... ¿Angelici? ¿Macri? ¿Cuchino? ¿Chicho grande, Chicho chico (no asocien apellidos)? Nadie, señores. Nadie me quita lo visto, lo bailado.
Seguirán los mediocres de la vida pintando con su paleta estercolaria el tapiz de la mentira...A mí, déjenme con el tesoro más hermoso, con el buen futbol, con el buen honor... ¡Con el buen amor! Se preguntaba el muy querido Benedetti, hace unos años, antes de irse a la eternidad: ¿A dónde carajo se fue el "buen amor"? Por fin, hoy, yo puedo contestarle a mí querido Mario: El "buen amor" no se fue a ningún lado, se quedó en los pies de Riquelme.
Poco importa ya si le renuevan, si no, si intrigan, si operan, si se revuelcan estos imberbes mentales en sus inmundicias pestilentes, valiéndose del dinero, el apellido, el poder, la fama, los medios o la que los parió. Poco importa. Nada.
Juegue un año más o una vida más, Román está en la galería de aquellos que son sinónimo de la palabra futbol. Algunos a los que vi y disfruté; otros con los que debí conformarme con anécdotas, crónicas y algunos segundos del viejo Noticias Argentinas. Una galería de tipos de la talla de José Manuel Moreno, Ernesto Grillo, Angelito Rojas, Rinaldo Martino, Orestes Corbatta, Norberto Menéndez, Enrique Sívori, Herminio González, Roberto Cherro, Guillermo Stábile, el propio Diego, Ricardo Bochini, El Loco Carlovich, Osvaldo Potente, el Mandrake Trobbiani, Tucho Méndez... ¡Y me olvido de tantos!
A Riquelme no lo ví levantar Copas. No, no estoy loco, no. No lo vi levantar Copas. Cada Copa que levantaba, cada título que traía para la República de la Boca era el final de una jugada exquisita, de verla antes que la pudieran imaginar 50.000 tipos o 5 millones de mentes. Él la veía (la ve) mucho antes.
Román escribe en el aire con dedos de pincel un camino que se hace surco para que pase la bola; y la bola jamás, ni por la fuerza de los cuatro vientos, irá por ningún otro camino que no sea ese surco trazado en el aire. ¿Lento? ¿Rápido? ¿Joven? ¿Viejo? ¿Lesionado, entero, maniatado, fastidiado, feliz?... ¿Importa?
Con o sin sonrisas demás, la bola se abraza a su presencia. Con o sin razones demás, el futbol se abrazará a su ausencia; y su ausencia asistirá -y nos asistirá- en cada partido, en cada quiebre, gambeta; donde el aire se transforme en pedazo de lienzo esperando al de la paleta virtuosa.
Señores, yo he visto a Riquelme y es un patrimonio que nadie me quitará del haber en la cuenta bancaria de las delicias futboleras.
Quiero que se quede. Quiero que juegue hasta los 50 ¿o no jugó Labruna hasta los 43 y nadie dijo nada? ¿O no jugó Palermo hasta los 39 y todos aplaudíamos cada gol a cuentagotas de su jubilación postergada?
Señores, yo he visto a Riquelme y me niego, en redondo y en cuadrado, a no volver a verlo con la azul y oro en el pecho. Pero ¿qué estoy diciendo? Si Román, aunque juegue desnudo llevará por siempre esos colores brotándole desde adentro.
Un último deseo tengo para el genio de la lámpara: Comoquiera que sea el chau, el adiós, el hasta luego; como quiera que sea... ¡Que sea con los colores que más quiero! ¡Que sea con el azul y oro que brota del pecho y que juntos llevamos dentro!
Salud a la barra.
Por Elfan Taxista
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