Porque Riquelme es Boca
La opinión del hincha. Por Germán Helvio Queipo |
La envidia es un animal que se arrastra flacuchento porque muerde y muerde, pero no le interesa comer (ni crecer, ni construir). Así, tan majestuosamente descriptos por Francisco de Quevedo, camina está clase mediocre de hombre: el que se deja atrapar por la envidia.
Sólo ellos pueden cuestionar al último diez, al último (gran) ídolo del club del que dicen ser hinchas. ¿Por qué lo hacen?
Porque es su naturaleza, porque no soportan que un tipo que no es “políticamente correcto” ni “pro”–que no es obsecuente sino, por el contrario, se enfrenta al poder que intenta “privatizar” el sentimiento– pueda darse el lujo de jugar, solamente, doce partidos y, con eso, llevar al clímax a la mitad más uno del país.
Porque no se bancan que un morocho tenga tanto pero tanto talento que le alcance con correr cuarenta y cinco minutos para ser el mejor, para cambiar el partido, para hacer algo distinto, para “crear” cual si fuese un artista (verbo casi virgen en este triste fútbol argentino) mientras ellos realizan millonarias campañas de prensa sin lograr calar en el corazón Xeneize...
No toleran que, quizás, le alcance un simple pase, un centro, o poner en marcha una jugada maquiavélica que sólo él puede ver (sin que sea necesario, siquiera, que toque la bocha) para hacernos infinitamente felices.
No toleran ver el amor chiflado que le profesa una hinchada –la única– a alguien que, al contrario de ellos, prácticamente no otorga notas a los medios de comunicación, ni tiene la necesidad de suministrar –por debajo de la mesa– propinas para que un caracterizado sector de La Bombonera no se haga eco del clamor más genuino y emocionante que he presenciado en una cancha de fútbol.
Porque, a diferencia de ellos, Riquelme ES BOCA: es rebeldía contra los que quieren hacer de nuestro club un simple producto para contingentes turísticos, es el asado del domingo, es el mate de la mañana, es la barra de amigos del barrio, es la pizza de Banchero, es, en fin, el verdadero pueblo bostero.
Y esta bandera que enarbolamos no se condice con la lógica empresarial con la que debe conducir un bingo o una empresa láctea. Aquí ya no sacamos cuentas de tipo “costo-beneficio”, ni ecuaciones “cantidad de minutos en cancha/ cantidad de partidos” ni calculamos “cantidad de pases bien dados” o “kilómetros corridos” (eso dejémoslo para los Sánchez Miño, los Grana, los Riaño, los Zárate, etc.); Román es mucho más que cualquier número.
Nuestro diez es nuestra identidad y el análisis que deberán hacer para renovar –o no– su contrato es insusceptible de una mera apreciación pecuniaria. Y, aún para el caso de que, equivocada y únicamente, se guíen por los fríos números les cuento que, aún hoy –y muy a su pesar– sigue siendo el mejor de todos. No verlo es, sencillamente, no entender de qué hablamos cuando hablamos de jugar a la pelota.
Señores dirigentes, ya sea con la razón de la lógica o con la razón del corazón: RIQUELME ES DE BOCA Y DE BOCA NO SE VA.
Por Germán Helvio Queipo.
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