Riquelme y los otros
Una mirada crítica y justiciera al caso Román por un periodista de Diario Popular |
Por Eduardo Verona para Diario Popular
Las circunstancias siempre complejas de Riquelme con Boca, son en realidad un espejo que expone pensamientos y modelos antagónicos. Daniel Angelici, jaqueado en su autoestima y con un crédito político que se desvanece, se siente asfixiado por las demandas de los hinchas anónimos. Más allá del final de la película, ya hay ganadores y perdedores.
En el amplio universo de la cadena de negocios vinculados a los juegos de azar (bingos, casinos, tragamonedas) y a emprendimientos gastronómicos para turistas foráneos, el presidente de Boca, Daniel Angelici no está acostumbrado a perder. Al contrario: amasó una gran fortuna. Pero con Juan Román Riquelme hace rato que viene perdiendo por goleada en todos los escenarios. Y va a seguir perdiendo crédito político y prestigio social en la medida en que intente confrontar con el ídolo desde el silencio o desde la palabra.
Cerca, demasiado cerca en el tiempo, quedó aquella respuesta de Angelici cuando siendo tesorero de Boca bajo la administración de Amor Ameal, le dedicó al astro unas declaraciones de las que nunca se arrepintió: "Es un líder negativo que divide el vestuario". La frase cargada de desprecio, quedó ahí. Para la posteridad. Y para el recuerdo de unos y otros. Angelici se oponía firmemente a que Riquelme renovara su vínculo contractual con Boca a mediados de 2010 hasta el 30 de junio de 2014.
Esa oposición lo precipitó a renunciar al cargo y a lanzarse como candidato a presidente de Boca para las elecciones del 4 de diciembre de 2011 (las ganó con el 55 por ciento de los votos), siendo la expresión política e ideológica más funcional a Mauricio Macri. Es más: su identificación con Macri siempre se planteó en términos absolutos, aunque su pertenencia pase por la Unión Cívica Radical (UCR) y el club de sus amores sea Huracán.
A esta altura ni habría que aclarar que Riquelme nunca gozó de las simpatías de Macri. Siempre lo consideró, entre otras delicias, un outsider del fútbol. O un mal necesario para las aspiraciones del equipo. Pero nunca lo subestimó como contrincante. Supo desde el primer momento en que lo frecuentó en circunstancias ocasionales, que a Riquelme lo distinguía la inteligencia dentro y fuera de las canchas. Por eso lo clasificó como un personaje peligroso.
Riquelme, hasta por cuestiones de orígenes y clase social, nunca soportó la presencia, los modos, las chicanas, los desconocimientos y las características personales de Macri para comunicarse con los jugadores. Angelici, casi naturalmente, fue el continuador explícito de Macri. Y la relación con Riquelme transitó por la misma pendiente: desconfianza mutua, intereses absolutamente distantes, sensibilidades opuestas, y una disputa que siempre trascendió el ámbito público.
Angelici, en definitiva, puso sobre la mesa una agenda de poder para lidiar con Riquelme. En esa puja simbólica y real a la que también adhirió Macri como un protagonista muy influyente, la plana mayor de la dirigencia de Boca perdió de vista algo esencial en cualquier negociación que exceda el marco privado: el consenso social. Y la condena social.
Un club de fútbol no es una empresa. Por lo menos en la Argentina. Y los jugadores no son empleados formales en relación de dependencia. Se desconcertaba antes Macri y ahora Angelici cuando intenta establecer acuerdos con los jugadores (y en especial con Riquelme), reivindicando la lógica empresarial del empleador y el empleado.
No manda Angelici en Boca, aunque sea el presidente elegido por los socios. Si en algún momento interpretó que esa era una de sus funciones más importantes, se equivocó. Como se equivocaron tantos presidentes de clubes (Javier Cantero, Daniel Passarella, Germán Lerche, Javier Cogorno y Carlos Abdo, entre otros) denostados por los hinchas.
Angelici es y será apenas una anécdota irrelevante en la vida de Boca. Riquelme, en cambio, es y será una bandera inolvidable de Boca. El contrato que prolongaría la carrera de Riquelme en Boca durante 18 meses, no dejará de ser un papel accesorio, más allá de las cifras y de su duración.
La realidad es que por encima de un contrato, acá estuvieron y están en juego otros valores, otras historias, otros presentes. Quizás Riquelme expresa la memoria de Boca. La de antes y la de ahora. La memoria del fútbol que quiere permanecer. Mientras Angelici y compañía pretendieron, en vano, adjudicarse la propiedad de bloquear al artista. De silenciarlo y desalentarlo.
Muy lejos estuvieron de lograrlo. Y perdieron. Si Riquelme no continuara en Boca y mañana tuviera que partir, el resultado ya estaría puesto. Alcanzaría con mirarle la cara al suburbio. Y mirarle la cara a Angelici.
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