Feliz cumpleaños Boca Juniors, gran campeón del balompié!
Por otros 112 de solidaridad, mística, emoción, pasión popular y gloria! |
La fundación
"La Boca" es uno de los 47 barrios de la ciudad de Buenos Aires y probablemente el más pintoresco de todos ellos. Está ubicado en la parte Sur de la ciudad, a orillas del Riachuelo, en su desembocadura en el Río de la Plata. Poblado por inmigrantes europeos a principios del siglo XIX, el barrio poseía un aspecto característico, dado por sus casas de chapa, pintadas con múltiples colores, tal cual lo inmortalizada en sus cuadros el pintor Benito “Quinquela” Martín. Hoy, paradoja del destino, el humilde Barrio se ha convertido en una atracción turística internacional, principalmente la llamada “Vuelta de Rocha”, donde se encuentra el mítico pasaje “Caminito”, relacionado con el verso del genial Enrique Santos Discépolo.
La fundación de Boca Juniors ocurrió, según relatos de la época nunca bien documentados, en un banco de la Plaza Solís, situada en el Barrio de La Boca, entre las calles Caboto, Suárez, Olavarría y Ministro Brin, el lunes 3 de abril de 1905. Allí 5 muchachos adolescentes: Esteban Baglietto, Alfredo Scarpatti, Pedro Sana y los hermanos Juan y Teodoro Farenga dieron el puntapié inicial a una historia que ya lleva 111 años.
A medida que crecemos, cuando cumplimos años, amén de celebrar un año más de existencia, solemos repasar nuestra historia personal, los pasos que fuimos dando hasta llegar a ser lo que somos hoy. Ese trayecto, hecho de alegrías y tristezas, de triunfos y derrotas, de éxitos y fracasos, son los que fueron forjando nuestra identidad, haciéndonos que seamos como somos y no de otra manera. Nuestra historia nos hace únicos y mientras más rica es, más tendremos para contar. Bueno, imagínate si cumplís 112 años. Algo tendrá para contar Boca, ¿no?
Que nació un 3 de abril de 1905, por ejemplo, en un barrio de inmigrantes, fundado por cinco pibitos, hijos de genoveses. Que mientras otros les ponían nombres a sus clubes como La Rosales y Santa Rosa, ellos lo llamaron con el nombre del barrio que los identificaba: Boca Juniors, “los pibes de la Boca”. Sentido de pertenencia que le dicen.
Y los pibes no eligieron los colores de la camiseta imitando a algún club europeo de moda, sino haciendo lo de todos los días: mirando los barcos que llegaban al puerto del barrio del que eran hijos. Ahí creció Boca, ahí tuvo su primera cancha, y ganó sus primeros títulos. Desde el vamos lo seguía una barra forjada en el yugo, que a cambio de aliento inagotable solo pedía sudor. Se podía jugar lindo o feo, hacer un gol o quizás seis, se podía tocar o meter pelotazos, se gozaba de las bicicletas de Calomino, claro. Pero todo eso podía variar. Lo que era irrenunciable, monolítico, innegociable, era el esfuerzo. Boca, sin esfuerzo, no era Boca. Identidad.
Desde el barrio partió a conquistar el mundo en 1925, con una gira europea que lo volvió pasión nacional. Ahí, donde un fanático de fanáticos, el Toto Caffarena, dio cátedra de pasión y se convirtió en el Jugador Número 12. Dominó el amateurismo y se despidió de esa etapa siendo campeón. Primero en todo, inauguró también el profesionalismo con un título. Se cansó de salir campeón en las décadas del ’30 y ’40, era de hazañas legendarias. Los ’30 con las atajadas del Mérico Tesoriere, los goles de Tarasca, de Cherro y de Panchito Varallo… Los ’40 con los fierrazos del Atómico Boyé, la clase de Lazzatti, los huevos del Leoncito Pescia, la magia del Piraña Sarlanga, los boinazos de Severino… Y claro, los ’40 que arrancaron nada más y nada menos que con la inauguración de La Bombonera, cancha única que nos distingue en todo el mundo. Hacía falta un Templo así para albergar tanta pasión.
Como en la vida no faltan los malos momentos, llegaron diez años duros, difíciles, oscuros. Pero claro, lo que importa no es la adversidad si no como la enfrentamos. Y Boca lo hizo de una manera que tiene marca propia: “A lo Boca”. En 1949 estuvo al borde del abismo, pudo descender… pero no lo hizo. Le puso el corazón a la adversidad y siguió siendo de Primera. Otros que se las dan de grandes, no pueden decir lo mismo… Y también se bancó diez largos años sin un título local, viendo encima como riBer se llevaba los lauros. Se la bancó. Era el momento en que esa hinchada que solo pedía honrar la camiseta con sangre, sudor y lágrimas, alentase como nunca. Así en 1954, fue récord de recaudación para la historia del fútbol argentino. Empujado por su gente que reventó cada cancha, ese año Boca cortó la racha nefasta y encima sumó un título para ser el único equipo del país en salir campeón en todas las décadas.
Llegó la década del ’60 y con un visionario como el Puma Armando en la presidencia, Boca fue dueño y señor de la década, postergando a riBer una y otra vez y dando la vuelta en su cancha dos veces (1969 y 1970). Con la cintura prodigiosa de Rojitas, la clase de Silvio, el liderazgo del Rata y las atajadas del Tano, Boca se cansó de ganar en la Argentina y estuvo a un pasito de ser dueño de América, pero el Santos de Pelé le enseñó que todo llega cuando uno busca, solo que no siempre cuando uno quiere. Llegaron los ’70. riBer pensó que se le había cortado el sufrimiento y finalmente festejó después de 18 años. Y ahí estuvo el Toto para patentar su Sportivo Ganar Siempre y bicampeonar en Argentina primero y en América después. Las atajadas del Loco, la nobleza de Mouzo, las diagonales del Heber y la batuta del Chapa. Ese Chapa que se hizo leyenda para ganarles la única final de la historia a las primas. Vieja costumbre, Menotti no quiso jugadores de Boca en su Selección para el Mundial ’78. No importó, porque Boca se hizo mundial en Alemania y trajo la primera Intercontinental a casa.
Los ’80 arrancaron dulces con ese Boca inolvidable de Diego y Miguelito. Sí, lo quería Barcelona, lo quería riBer Plei, pero el mejor de todos los tiempos tenía estirpe azul y oro. Soñamos con seguir sumando estrellas pero ahí estaba la vida para cambiarnos el rumbo y ponernos una vez más a prueba. Boca estuvo mal, al borde del abismo, jugueteando con la desaparición. Pero aparecieron nuestros superhéroes Xeneizes para rescatar a Boca del infierno a pura garra, a puro amor. Ese señor con cara de bueno, llamado Antonio Alegre, fue el capitán en medio del huracán y terminó llevándonos a la costa, sanos y salvos. No fueron épocas fáciles. Tiempos en los que ganar el domingo era un motivo más que suficiente de alegría, y soñar con títulos y copas parecía una utopía inalcanzable. Tiempos de gritar goles de Comitas y Graciani, e ilusionarse de balde cada temporada. Pero siempre, siempre, reventando cada tribuna. Todo pasión.
Ladrillo a ladrillo, Boca fue reconstruyéndose y de a poquito se fue haciendo la luz. El fierrazo de Blas para que el infierno fuse encantador en la noche de Avellaneda, y Maranga levantando la Supercopa en la cara del diablo. La llegada del Maestro y la maquinita de Bati y Latorre. El llanto desconsolado la tarde aciaga en que Newell’s nos asesinó la ilusión en el mismísimo Templo. Pero todo termina alguna vez, incluso las peores pesadillas. Y ahí estuvo el Maestro, el Beto, el Manteca, Blas para darle alegría a nuestro corazón y para todas las gallinas el regalo de papá. Otra vez, después de ver a Benetti colgado arriba del alambrado, soñamos con tiempos mejores. Pero hubo que esperar.
Llegó el invierno del ’98 y con él ese peladito con pinta de doctor Locovich. Claro, era el loco más cuerdo. Si hay algo que el señor Carlos Bianchi le trajo a Boca, además de orden, trabajo, seriedad, inteligencia y espíritu ganador, fue sentido común. Él fue el autor intelectual, mientras Román, el Titán, el Seba, el Melli, los colombianos, y tanto pero tanto prócer fueron los autores materiales de una década inconmensurable. Boca obtuvo 18 títulos en 10 años, una campaña solo superada por el Santos de Pelé en Sudamérica y que coloca sin atisbos de discusión posible a Boca como el mejor equipo de la historia del fútbol argentino.
Pero cuando la fiesta terminó –porque incluso las mejores fiestas terminan algún día- algo ocurrió. Algo que no estaba en los planes. Nació un nuevo hincha de Boca embriagado de exitismo al que le costó mucho comprender que no todo el año es carnaval. Entramos en una etapa extraña, en la que ganar un título ya no se festeja como antes porque se da por descontado. En la que solo importa la Copa, como si Boca no hubiese existido antes de ganarla por primera vez en 1977. Una etapa de confusión que permite que el hincha compre sin pensar cualquier cosa que se le venda. Confundirse es perder la noción de realidad, olvidar quién uno es y el lugar del que viene, perder la identidad. En ese momento uno se vuelve vulnerable y susceptible al engaño. Boca atraviesa días extraños.
Ojalá este cumpleaños 112 sirva para eso. Para repasar la historia y recordar quienes somos. Enorgullecernos por las 65 estrellas sí, agradecer eternamente a nuestros héroes también, pero no olvidar nunca que Boca, ese sentimiento incontrolable, está hecho con raíces proletarias, que es un club y que como tal se debe a su gente, los que son a la vez sus dueños y su principal patrimonio; que esa gente tiene una idiosincrasia que la hace única y que le da una identidad; y que esa identidad se expresa en símbolos que son intocables, como sus colores, su camiseta, su cancha… Por otros 112 años de ese Boca.
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