El domingo, en el partido en el que Boca hizo todos sus goles en minutos terminados en 9, pero el 9 no la pudo meter, ocurrieron varias cosas que me llevaron a esta columna. Boca arrancó perdiendo con un equipo del interior y lo dio vuelta con dos goles de su número 8, por ejemplo. O el hecho de que fuese en septiembre; o sin dudas el golazo al ángulo de Nández, un volante que parece haber nacido entendiendo qué es jugar en Boca. Todos estos detallecitos me llevaron a la tarde del 24 de septiembre de 1989. Esa temporada 89/90 el Boca del Cai Aimar se convertiría en Sportivo Empatar Siempre, algo que de todas maneras le daría el tercer puesto en el torneo local y una Supercopa. Pero claro, en la octava fecha del torneo, la cosa todavía estaba en el plano expectativa.
Tras una derrota en la fecha inicial ante Español, Boca ganó los clásicos ante riBer e Independiente, y empató los tres partidos restantes. Mandiyú, en La Bombonera, aparecía como el rival accesible que le permitiría a Boca coquetear con la punta. Pero la tarde, hermosa tarde de fines de otoño y principios de primavera, fresquita y soleada, iba a ser rara. Bastante rara. Ya hacía ruido verlo al Chino Tapia con la 10 de Mandiyú, pero más todavía cuando el equipo correntino arrancó 2-0 arriba a los 23 minutos, con goles de Torres y Leani. Por el Templo sobrevoló el recuerdo todavía demasiado fresco del infausto partido con San Martín de Tucumán del año previo. Por suerte, a apenas dos minutos del segundo tanto correntino, llegó el descuento de Boca: Maranga metió un pase entre líneas, clase pura, que encontró la diagonal de Graciani. Y esa fórmula tenía siempre el mismo resultado: gol Xeneize. Boca siguió atacando a un Mandiyú que se colgó decididamente del travesaño, pero se fue al vestuario 1-2.
En la segunda parte vendría lo más extraño... y lo mejor. Boca salió a matar o morir, atacando por todos lados y acumulando situaciones, pero entre el arquero Cousillas y el líbero Barrios sacaban todo lo que les tiraban. Hasta que, faltando 23 minutos para el final, Latorre desbordó por la derecha y tiró el centro hacia el punto del penal. Vega, defensor de Mandiyú, rechazó débil, por el piso, hacia donde nunca hay que rechazar: la medialuna del área. Por ahí llegaba, como un tsunami, Blas Armando. Recuerdo que estaba en la bandeja del medio, la que da al Riachuelo, así que vi el misil directo al ángulo desde atrás. Vi como la pelota salió seca, sin siquiera viborear, con una potencia imposible, y la explosión de la 12 detrás. Blas, ese raro Blas que había vuelto de España con el pelo corto y dinámica europea y que había debutado en Boca apenas tres semanas antes contra Vélez (3/9), salió disparado a colgarse del alambrado de cara a la 12 que empezaba a venerarlo, para festejar su primer gol en azul y oro.
Boca siguió buscando el triunfo, Mandiyú no conseguía salir de su área (y no es una metáfora), y fue así como Maranga cortó un intento de salida de los correntinos, un poquito más adelante de la medialuna, se metió gambeteando en el área y tocó hacia el medio, por donde apareció Latorre para mandarla a guardar. Locura en La Bombonera. Y locura de Cucciuffo que, a falta de 15 para el cierre, se hizo expulsar. Con un hombre más y a apenas un gol del empate, Mandiyú se acordó de qué era eso de atacar. Pero claro, ahí estaba Blas. Primero para correrse todo y hacer que el hombre de menos pareciera de más. Y después, a los 86', para cortar un ataque correntino sobre la izquierda, atrás de mitad de cancha; hacer el surco en campo rival como si el partido recién empezara; tocar con Latorre y meter quinta para buscar la devolución y definir de zurda, cruzado, como se ve en la foto. Triunfazo xeneize, 100% a lo Boca, en el extraño partido en el que Blas debutó en la red, no con uno sino con dos goles. Nunca más, obvio. Pero eso es lo de menos, lo importante es que ese día nació el romance: no había dudas que Blas y Boca estaban hechos uno para el otro.
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