Perdieron como en la Guerra...
Por el profe Alberto Moreno para "Boca es Nuestro" |
Por el profe Alberto Moreno para "Boca es Nuestro"
La década del ’90 fue pródiga en triunfos sobre los plumíferos de Núñez. Y lo fue en una época en la que se encontraban en racha, ganando títulos seguido, mientras a nosotros nos costaba un Perú. Lo que no nos costaba nada, pero nada, era ganarles a ellas. Dónde fuese y como fuese. Para darse una idea, entre 1991 y 2000, Boca disputó 28 partidos oficiales, de los que ganó 13, empató 10 y apenas perdió 5. Si le sumamos los amistosos, la cifra se extiende a 53 partidos, con 27 victorias Xeneizes, 16 empates, y tan solo 10 triunfos riberplatenses. Lapidario. Pues bien, la mayor particularidad de esos triunfos era que se daban sin importar la posición en la tabla, la calidad de los planteles, o el trámite del partido. Simplemente riBer veía la azul y oro enfrente y sucumbía inexorablemente a un destino manifiesto, a un mandato histórico. Como esa tarde-noche del 29 de septiembre de 1996, cuando el riBer de Ramón Díaz que venía de ganar la Libertadores en el primer semestre y punteaba en el torneo Apertura con cuatro victoria seguidas, visitó el Templo dispuesto a vengarse de la paliza que le había propinado Boca apenas dos meses antes, por el Clausura.
riBer llegó con todas sus figuritas: Ortega, Francescoli, Salas, Sorín, Monserrat… Y claro, el Boca de Bilardo era muy distinto al que había goleado en el Clausura. Ya no estaban Diego ni Cani, tampoco Verón o el Kily González. El Narigón había limpiado el plantel y armado un supuesto Dream Team que estaba bastante lejos de serlo. En consecuencia venía a los tumbos en el torneo, con dos triunfos, un empate y dos derrotas. Aquel Boca irregular formaba con Navarro Montoya; Vivas, Cáceres, Fabbri, Pineda; Toresani, Cagna, Pompei; Rambert, Guerra, Latorre y era tan poco grato a los ojos como el modelo de camiseta que había perpetrado Olan y heredado Topper. Sin embargo, a pesar del poco promisorio panorama, a los 5’ nomás el Tito Pompei la dominó con el pecho a la altura de la medialuna entre mil camisetas gallinas, y le metió un zurdazo mágico, bombeado, que pasó por sobre la humanidad de Burgos y se colgó de un ángulo en el arco de Casa Amarilla. Consumada la obra salió corriendo a dedicárselo a Diego, que gritaba en su palco como un desaforado. Parecía que una vez más iba a ser un trámite. Pero las plumas se vinieron con todo y tanto machacaron que a los 21’ el chileno Salas –en su primer partido como titular en riBer- marcó el empate con una media vuelta.
riBer apelaba a su fútbol atildado y Boca respondía mordiendo en toda la cancha, aunque sin demasiadas ideas. Así se extinguió la primera mitad y la segunda arrancó más o menos por los mismos carriles. Pero a los 14’ el uruguayo Cedrés –que había entrado en el entretiempo por el lesionado Latorre- se fue por izquierda, tiró el centro y Celso Ayala anticipó a su compatriota Román en esto de jugar al vóley dentro del área. Penal que el propio Cedrés –ex riBer- no tuvo empacho en transformar en gol. El mismo Cedrés que quizás tribuneándola un poquito había declarado: “Al fin me saqué las plumas de encima”. Cuestión que riBer se mandó a buscar el empate y Boca se agazapó para salir de contra. Pero diez minutos después, riBer hilvanó una gran jugada colectiva y Sorín apareció en posición de 9 para empatar con un gran cabezazo. A partir de allí, riBer empezó a dominar el trámite mediante la tenencia, aunque sin generar situaciones claras de gol. Boca no encontraba como salir del asedio y alguno habrá pensado que el empate le venía bien.
Pero llegó el minuto 88 y el perdedor serial de clásicos, Ese Señor Que No Sé Cómo Se Llama, le cometió falta a Cedrés sobre la izquierda, pegadito a los palcos. Era casi la última bola de la noche y por eso todo Boca se fue al área de riBer. Vino el centro bombeado de Pineda y ahí apareció otro uruguayo, Hugo Romeo Guerra, en su tercer partido oficial con la azul y oro, para ganarle en el salto a Celso Ayala y de espaldas al arco, conectar con la nuca –en realidad fue con la cabeza, pero la leyenda es la leyenda- mandarla a guardar. Guerra, quien apenas jugaría 12 partidos en el Xeneize y convertiría 5 goles, se daría el gusto de que uno de ellos se cuente entre los más recordados de esa década. Quedó tiempo para que riBer saliese desesperado a buscar el empate. Y en el último suspiro, cayó un centro en el área de Boca, Enzo Refréscoli la paró con el pecho y, haciendo honor a sus gélidas producciones en los clásicos, la colgó en la tercera bandeja. Final con declaraciones de Berti y Ramón Díaz hablando de injusticias y del fútbol espectáculo de riBer. De lo que se olvidaron de hablar es de la historia. Y en la historia manda Papá. A llorar a la iglesia…
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