Un instante en la historia
Por Ricardo Polischer |
A las 8.30 tomamos el 25 en primera junta, exageradamente temprano, aunque el bondi ya venía hasta las manos. Ahí nos dimos cuenta de que tan, tan locos, no estábamos.
En el camino, la ciudad se desperezaba, pero colectivos, autos, camiones, con el mismo destino que el nuestro parecían no notarlo a juzgar por la música que de ellos emanaba, sinfonías de bocinas, cantos chuscos, invocaciones a los dioses…una auténtica caravana pagana.
Una hora después llegamos a destino, el barrio era un mundo aparte, gente y más gente en las calles. El carbón crepitaba en las parrillas y todo estaba cubierto de humo, vendedores de café, facturas, la “mila” y el pancho, el chori y la Coca,banderas,posters,todo, absolutamente todo, se vendía y se compraba.
Algunos desayunaban, otros almorzaban, no había horario, solo espera, espera alegre e impaciente. Charlamos con gente del Chaco, de Corrientes, de Ushuaia, los ojos de todos brillaban, no importaba la distancia, nadie quería quedar afuera.
Apenas eran las 11:00 y las puertas del estadio se abrirían recién a las 14:00. Algunos ya hacían fila frente a ellas, pero pronto perdían su orden; a las 12:30 ya era una masa uniforme de gente y nosotros en el medio. Hasta que finalmente se pudo ingresar. La espera fue en el aire. Era tanta la presión que los pies no tocaban el piso, nadie era dueño de sus movimientos. Pleno verano, calor insoportable, el sudor, la inmediatez de los cuerpos, inaguantable y torturante, en cualquier caso, salvo en ese día en que todo era válido, cualquier sacrificio parecía poco.
No podría decir tan solo que entramos, literalmente, nos arrastraron dentro. Subimos y subimos, el miedo a quedarse afuera se reemplazó por el gozo de saberse presentes donde había que estar, hasta el clima, por unos segundos, pareció más agradable.
Tomamos nuestro lugar bajo el sol, otra vez impiadoso, faltaban tres horas aún. Cantamos y reímos, el tiempo no pasaba, parecía que el momento no quería llegar nunca, y en el fondo, tampoco lo queríamos,podríamos, de haber conocido los secretos del universo, haber detenido el mundo justo ahí, una foto eterna. Apenas rozábamos los 20 años y protagonizábamos a sabiendas ese pedazo de historia. No era poco, para nada.
A las 17:45 el sol seguía castigando, pero menos, el amarillo potente había devenido en un dorado que cubría el espacio haciendo todo más bello, más mágico.
Y a esa hora, segundos más segundos menos, todo estalló.
Se asomó por el túnel, con su corazón indomable y su número 10 tatuado, encabezando a sus compañeros. El 22 de febrero de 1981, Diego Armando Maradona debutaba en Boca.
Por Ricardo Polischer
|